domingo, 1 de febrero de 2009

Finis terrae...


























Mañana turbia. Justo una semana después del ángel exterminador. Quizá era lo que faltaba para poner las cosas definitivamente en su lugar, sobre todo, tras este periplo atenazado por el síndrome de fortaleza sitiada. El viento ya amenazaba fresco. Y ha venido a limpiar.
La naturaleza es imprevisible. También la humana, aunque nos esforcemos en lo contrario. Se nos ve el plumero a distancia y convertimos apasionados idilios en un “si te visto, no me acuerdo” al momento. Y a poco viento que sople... Al final, como dicen los caboverdianos: en nuestra tierra, hasta las cabras se comen las piedras.
Y pasamos a un clima de nostalgia extrema, con nubarrones y a un “¿qué hecho yo para merecer esto?” almodovariano, salpicado de gurús que nos anuncian lo que ya tenían que haber proclamado hace tiempo, pero la vorágine no les dejó; o no querían, esperando la ocasión de apuntillarnos con el consabido “no, si ya os lo dije“, haciendo más que evidentes sus pronósticos.
Ya se sabe que amar en tiempos revueltos también tiene sus ventajas, pese a que la velocidad sea, en ocasiones, miserable, y no nos deje disfrutar del paisaje. Quizá sea nuestro carácter medievalista, clasista, pero también marxista. Un modismo más que nos adorna. Serán cosas del viejo continente.
Qué triste en el año internacional, dicen, de la astronomía. Siempre hay un año internacional de algo. Es muy significativo esta vez. Momentos sublimes nos esperan y tendremos que mirar constantemente al cielo, que es nuestra salvación, parece ser. Aunque creo haberme hecho agnóstico tolerante con una mezcla de anarquía funcional, para no perder esa moral con la que me ¿educaron?, y que se desprecia en una nueva asignatura colegial que da ya mucho que hablar, pero que se parece mucho al FEN.
Por estas pantallas demoníacas recibo mensajes de todo tipo… ¿Debo contestar? ¿Me convierto? ¿Debo dejar el mundo adulto y seguir a la niñez impoluta? ¿Aplaudo el teatro de la inercia? Lo nuestro nos hace felices, pero Blasco Ibáñez visitó Constantinopla en su momento. Y Win Wenders, Lisboa. Y realizaron obras de arte como la copa de un pino. Y fueron adultos y niños, al unísono.
Se me ocurre una pregunta que hacerle, señor Presidente... Sí... ¿Cómo es posible que las ultimas generaciones se hayan convertido en un bastión del conservadurismo a ultranza, sin atisbo de romanticismo ni ideales, con una frialdad a prueba de al-qassam y pragmatismo evidente, con un cierto grado de impavidez delante de lo obvio?. ¿Qué hemos hecho mal?
Por que olvidar, por mucho trastorno bipolar que surja o amnesia transitoria, no podremos. Mendel tenía razón... ¿Quienes son nuestros padres?

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