martes, 9 de noviembre de 2010

Desde el extremo sur…

 























Vejer de la Frontera, cualquier día de samhain...

Ahora que la ración de azul, respetando el tamaño que por publicidad y normativa se exige y televisivamente se proclama, ha sucumbido en mi estómago, ahora que el paseo junto a un desconocido y juguetón can me ocupa la luminosa mañana en una inmensa porción de arena de las que canta el nuevo hipismo de Chambao, ahora que retorno al cubil para la consabida y obligada higiene bucal, nueva exigencia ésta habida cuenta de la edad que atesoro, sopeso con más calma lo que han sido estas últimas semanas, alternando días de sorpresas con desalientos profundos, desaires y emotividades, inconsciencias e ilusiones, rotas todas ellas ante la evidencia de lo ontológico y existencialmente humano, muy a nuestro pesar, de mentalidades diferenciadoras exentas, creo, de ese romanticismo de otras etapas más reivindicantes e ideológicamente llenas.
No he mitificado la cifra, pero se ha convertido en un punto de inflexión, quizás la marca del rito del paso. La matemática, dicen, no perdona, no engaña; si concreta, más si cabe, las ideas que se me amontonan. Pero de la primera aseveración ya no estoy  seguro: es a partir de este momento donde todo se disculpa, incluyendo esa relativización filosófica que muchos materialistas no aceptan, pero ante lo que no tienen más remedio que claudicar, pues ellos también llegarán. Toda afrenta debe ser tomada desde la consideración más infantil, desde la comprensión por su no experiencia vital… Y entender. La indirecta, el reproche, la ridiculización deben dar paso a un saber estar, o más bien diría, un saber tener… ¿bagaje? ¿mochila?. No tiene sentido un gasto de energía cuando has decidido que a tu vida le queda medio telediario que resolver (¡dios, sobre todo cómo están ahora!) o un crucigrama existencial que cumplir.
Ahora que los campos se amplían o estrechan, según se mire (y tengo presbicia), ahora que no hay tiempo de nada o de todo, que tus actos vayan guiados por la calma bien entendida y respirada del denominado argot buenista, excluyo lo políticamente correcto por su mal olor y divido al personal entre aquellos que disfrutan de la vida y los que se empeñan en padecer y reprimirse… Hay quien eligió, o no pudo, otros caminos… ¿Tuvo que ser un golpe de mar apoteósicamente fresco a las cinco de la madrugada lo que me hizo reaccionar, o ya estaba latente meses antes? Aquella tiene que ser la perspectiva, enérgica y valerosa, respetando al contrario en el más extenso sentido lúdico de la palabra o acción, por otra parte acorde con la fe que profeso. La visión debe ser magnífica y limpia. ¿Cuáles son mis deseos y cuántas mis realidades? ¿Ayuda en algo las serpenteantes calles de esta villa gaditana? No quiero colores tristes ni indumentarias que me recuerden. Sólo hay que admitir el futuro, el disfrute del tiempo que no vuelve, por desgracia. Aunque en el fondo de la cuestión, qué más da: habrá otros… Cómo ahora, que disfruto del ocaso. Mañana igualmente volverá y posiblemente sea mejor. Sí acaso, diferente. Pero después del salto, el deslizarse por el cielo limpio de esta comarca, la liturgia del café desde esta atalaya, calma y sosegada, tiene un precio especial. Otros horizontes; nada de remilgos ni sainetes. Eso queda para el disciplente. La exquisitez por delante de todo. Y mucha educación, ninguna bravata.
Tengo dudas sobre si fui suficientemente considerado con aquellos que me regocijaron en un acto que presumía un cambio de rumbo. No creo haber estado a la altura de la circunstancia protocolaria; más sus bienestares y satisfacción me llenaron como para recordarlo siempre. Ese es el valor intrínseco. Es un calor que no se olvida, que se hace tangible, que te obliga a seguir pernoctando, alejando el deseo de huir. Posiblemente ellos me comprendieron más de lo que yo pude entender.