sábado, 14 de agosto de 2010

Principios...


No sé exactamente cuánto tiempo transcurrió. Si diez o quince minutos; quizás más…

Despertabas del sueño de los justos, aunque no creo que tu inocencia te hubiera hecho pecar todavía, y tu pequeñez comenzaba a inquietarse por la ingesta que se avecinaba. En un alarde de generosidad satisfecha, papá te cedió a mi regazo y no supe cómo tomarte, aunque ya lo tenías claro, mientras me observabas intentando reconocerme, asentándote en mis brazos. Tu diminuto cuerpecito se adecuaba a mi estupor por el regalo recibido, intentando escudriñar quien te mecía, te dialogaba, en un intento de conversación inútil, sin palabras y sin tapujos, pero con balbuceos mutuos. Se hacía evidente que tu reducido estómago requería llenarse de nuevo y la presencia de mamá era, en ese momento, el deseo más perseguido pese a haberla dejado descansar merecidamente. Tu minúscula naturaleza comenzaba a estirarse de todas las formas posibles en un intento de abandono de la comodidad manifiesta, pues yo no era ya de tu interés en ese momento.

Un biberón esperaba impaciente.