martes, 21 de julio de 2009

"Eppur si muove"







A veces pienso que no es la Luna el problema sino la inmensa soberbia jamás contada por no reconocida, que nos hace más feroces, si cabe, en pos del presumir y menoscabar al ¿enemigo? ¿De quién debo defenderme? Por que ese es el trasfondo del todo que utilizó millones de dólares para descubrir que el satélite era un mar de desilusión, aforismos aparte, y leyendas urbanas kubriquianas colaterales, también.
Ayer se celebraron los cuarenta años de una aventura que nos congeló, dicen, los sentidos a altas horas de la madrugada. Lunes, 20 de julio. En una España franquista destinada a trabajar y que salía del atolladero autárquico, para muchos, dicen, pegaditos a cajas tontas que ya arrestaban los anhelos familiares en el comedor de casa, era el único mar de la tranquilidad en ese horario. Personalmente, no recuerdo, pues con nueve años poco puedo decir. Tocaba de pies en el suelo e intuyo que, en tiempo de ocio colegial, me habría desgastado en mis juegos y correrías cotidianas. Tengo claro que mis progenitores y resto de la unidad no nos apiñábamos con las miradas a lo Alcántara o Botejara frente a una pantalla de colores ciertamente dramáticos, que apareció por casa gracias al buen hacer de un abuelo que marchó al país vecino a ganar un poco de dinero para después cumplimentar con regalos a varios de sus descendientes. A la mañana siguiente, mi señor padre cumplía a rajatabla con lo establecido laboralmente y no creo que estuviera para monsergas alucinógenas; simplemente, tenía una prole que mantener.
¿Por qué ese intento de contagiarnos de un misticismo tecnológico pasado de vueltas? ¿Sigue perdurando un apego a lo que fuimos? ¿La evocación programada del romanticismo más infantil? Anoche, a la vista del exhibicionismo que realizó el periodista que sí estuvo y transmitió como si estuviera, me da por pensar si el ser y el estar son dos verbos que se invertebran sin consecuencias, dejando colgados los significados consiguientes. Hay que reconocer que ni Tintín lo hubiera hecho mejor. Y creo que el cientifista señor Verne no imaginaba, ni mucho menos, que el plantar una bandera o transmitir un hecho por las ondas tuviera esa repercusión mediática. Por que tanto el uno como el otro si estuvieron, cada uno en sus medios. Lo malo es que sigan existiendo profesionales que, actualmente, se empeñen en constatar que ellos son la noticia y no los hechos narrados cuyos protagonistas son otros.
Es de una presunción increíble, casi patética, pretender inculcar a las nuevas generaciones, muchos de ellos por suerte escépticos, una fenomenología del hecho al uso de lo magnífico, como algo extraordinario. Los que se desplazaron al sempiterno planeta eran unos trabajadores más, que desarrollaron una labor ciertamente encomiable, pero no son dioses. Forman parte de un hito en la evolución, pero han sabido estar en su lugar en todo momento y son por lo que han hecho. Nosotros seguimos necesitando héroes, pero ellos no se han sentido como tales. El misterio de la Luna, que tanta influencia ha ejercido en todas las épocas y en todos los ámbitos, no está allá arriba, sino aquí abajo. Volvemos a la espectacularización de los hechos, sin tener en cuenta el influjo de un planeta que nos ha acompañado siempre como íntimo amigo y consejero de nuestras flaquezas y debilidades, como otro yo en este devenir terrestre. Es para lo que nos debe servir, para la exploración interior.