lunes, 30 de noviembre de 2009

Reencuentro




















Sucedió en un espacio de ciudadanía imparcial y particularismo histórico, hecho de necesitadas coincidencias, limitaciones y medias luces..., cercano y lejano al unísono, del todo y de la nada. Un territorio que era salpicado con animadas muchedumbres venidas desde lo más lejano de Gaia, madre siempre bienvenida, y autóctonos con denominación de origen.
En una esquina interior y de excepción, un infante de ojos vivarachos y piel morena que compartía refresco y mesa, fue inducido a expresar de modo artístico una renombrada marca de cilindrada deportiva notable. A duras penas, balbuceando, optó por lo que su inocencia le sugería ante la broma, esbozando una sonrisa de oreja a oreja. Los adultos que le rodeaban fueron complacidos por la respuesta que su corta edad podía ejercer y el intento de vocalización con la boca llena se quedó en eso. Pese a no entender el juego, su mirada demostró que, pese a todo, la diversión era asumida como parte del aprendizaje de la vida. A partir de ahora, su subconsciente memorizaría el detalle.
Era tarde y los estómagos requerían una ingesta lógica para la hora que marcaban los relojes y que el ritmo laboral había desecho. Las obligaciones pesaban y la charla, después de compartir sabidurías y desconocimientos mutuos, llegaba al colofón adecuado y sonrientemente formal donde los coincidentes, recuperando las buenas costumbres, se dieron los deseos más ubicuos, habida cuenta de la tardanza desde la anterior cita. Cada uno escampó hacia su guarida.
Era luna de noviembre, creciente, con mensaje implícito del elemento acuático por excelencia. Una de las fases del satélite más bellas de la simbología de lo femenino.
Qué coincidencia. Y María Sarmiento no estaba. ¿Se la llevaría el viento?

Cosas de las lunas...