jueves, 26 de febrero de 2009

Homenaje a unas tijeras...

























































Me gustan los amaneceres de febrero. Desde hace mucho tiempo... Una vez el frío ha asentado temperaturas y contrastes, la atmósfera se levanta limpia cada día. No desmerece el aprovechar el paseo a la salida del sol para darse el gustazo con matices y glorias, salpicado éste de brumas o cromatismos varios. Es uno de los pocos momentos en que el astro rey es honrado, cabal y sincero, hasta que el horario le infunde otros usos y consideraciones. Pero siempre está ahí, aunque la meteorología sea adversa a personas y acontecimientos.
Recordé una frase que entresaqué de una entrevista a uno de los mejores filósofos que tiene el documental fotográfico, ex-profe y revelador de la imagen en su significado más íntimo y ontológico... "la memoria no es la que conserva lo vivido, sino la que selecciona lo recordado..."
Por eso quiero empaparme de esos amaneceres de febrero mientras viva por que me recuerdan a un fígaro estimado, muy especial, responsable de que yo esté por estos pagos, aquél que tenia semejanzas con el carácter de esa luz que nos ilumina por las mañanas. Un fiel exponente de la fama que tuvo el personaje en la ficción. Un apelativo que no le desmereció, que reflejó sus características más obvias cual protagonista cervantino o de la musicada obra mozartiana. Por que una peluquería no deja de ser un pozo de sabidurías varias, impulsora del buen rollo, de las sabiendas, del hermanamiento y de la confidencialidad. Y siempre a través de una figura catalizadora, inteligente, capaz y sagaz, equilibrador de impulsos y sensaciones, provocador de cultura y ávido de ella. No en vano sus descendientes y familiares escogieron disciplinas relacionadas con ésta.
He necesitado de una instantánea para seleccionar sólo un recuerdo, que ha sido suficiente para mantenerle con vida.
Por ello, ahora contemplo el alba como una escena inmensa que abarque la sencillez y claridad de su ejemplo. Y que no se me olvide ese recuerdo...

lunes, 9 de febrero de 2009

Estirar



























“Estiramos más la manga que el brazo”… dijo, utilizando el refranero. Así de contundente fue. Coincidí con él después de un tiempo en un bar de esos que disfrazan estilo y postín en la periferia de la ciudad, pero con un menú que no reviste más normalidad y seriedad que lo acostumbrado para el nivel que debe exigirse y el precio que se abona. Ahora que hay que apretarse el cinturón realmente, impera la moda de no cocinar los fines de semana y los denominados “to take away” adaptados se están llevando la palma y la calle a todo transeúnte que, como forma de ocio, tiende a visitar estos espacios que disponen de añadidos como charcuterías, vinacotecas, tienda de degustación y demás variantes culinarias. En su interior, hay un espacio donde la cocinera es como las de antes, o sea, como nuestra madre. ¡Y están a rebosar!

Apropiándonos de la calidad de las viandas en cuestión, este ávido lector de un rotativo de derechas, mordaz impenitente y demasiado parcial para mi gusto, (aunque esto último refiriéndome a las lecturas correspondientes y no a los platos asignados) me explicó su particular visión de la tan manida crisis que todos padecemos, incluido él, que tanto le toca como pensionista. Un bla, bla muy extenso. Él, que nació y vivió una posguerra cómoda y ahora se encuentra habitando barrio complejo de ciudad populosa con vecinos de otras nacionalidades que trabajan hasta en domingo, si es necesario. La afirmación con que encabezo el comentario viene a cuento de que, siempre según la perspectiva de este distinguido comensal, “… en esta península siempre nos hemos dado al alardeo como competición. Pertenecemos a un tipo de tribu que, desde los íberos, hemos peleado siempre por lo nuestro, sin atisbo de solidaridad y con la única obsesión de tener más que el vecino. Ni con la venida de los romanos, por mucho imperialismo que pretendieran inculcar, nos hizo cambiar el carácter y como dijo un tal Meliá, político a las ordenes de Suárez, somos un pueblo que tiene las opciones de adaptarse o le pasan por la piedra. Y claro, tenemos demasiado orgullo. Y este es el problema: como no tenemos otra cosa, eso nos queda, siendo nuestro principal mal. El empresario que crea una empresa quiere tener, al finalizar un ejercicio económico, un chalet y un supercoche aparcado en la puerta. Y, por supuesto, mirar de soslayo. Parece que el no triunfar sea pecado. Eso es lo que ha quedado en el tejido de este territorio. No sé por qué nos sorprendemos. Todos buscamos lo mismo. Y cuando viene una hecatombe, que supongo ha habido y habrá, al dejar de ganar lo que se ha previsto, se proclaman pérdidas económicas. Es una obscenidad; y una falta de ética…”

Debo decir que las palabras de mi ocasional contertuliano me impresionaron. Sobre todo por que se hacen con el estómago lleno. Al menos, parcialmente; es el momento en que despotricamos mejor. Me vino a la mente otra conversación, esta vez más allá de estas fronteras, pero de similares intenciones. Esta vez el interlocutor poseía, creo que todavía dispone, tierras en Cisjordania, cuatro mujeres y una ocasional ocupación laboral de guía turístico en el país de al lado. Y debe mediar constantemente con una situación difícil, dada la conflictividad en la zona. Abogaba, defendiendo con vehemencia pero degustando un té, que el dinero es lo que mueve el mundo, por mucho que los dioses y los hombres se empeñen en lo contrario. Cada individuo sobrevive como puede y el supremo le da a entender. Los sorbos de té eran un detalle gratuito por haber entrado a comer en un restaurante de carretera de los que era adjudicatario de beneficio por tantas personas que consumieran en él. Me pregunto si Isiah, allá por la inmensidad del sud-Sahara senegalés, con su cocina de quita y pon, puede opinar de algún modo mientras muele el mijo diario para los suyos.

Por cierto, el montante de la cuenta no la pagué; fui invitado al finalizar la sobremesa. Hoy, la ensalada tropical estaba sabrosa. Será que lo gastronómico nos permite medir nuestro estado del bienestar.

domingo, 1 de febrero de 2009

Finis terrae...


























Mañana turbia. Justo una semana después del ángel exterminador. Quizá era lo que faltaba para poner las cosas definitivamente en su lugar, sobre todo, tras este periplo atenazado por el síndrome de fortaleza sitiada. El viento ya amenazaba fresco. Y ha venido a limpiar.
La naturaleza es imprevisible. También la humana, aunque nos esforcemos en lo contrario. Se nos ve el plumero a distancia y convertimos apasionados idilios en un “si te visto, no me acuerdo” al momento. Y a poco viento que sople... Al final, como dicen los caboverdianos: en nuestra tierra, hasta las cabras se comen las piedras.
Y pasamos a un clima de nostalgia extrema, con nubarrones y a un “¿qué hecho yo para merecer esto?” almodovariano, salpicado de gurús que nos anuncian lo que ya tenían que haber proclamado hace tiempo, pero la vorágine no les dejó; o no querían, esperando la ocasión de apuntillarnos con el consabido “no, si ya os lo dije“, haciendo más que evidentes sus pronósticos.
Ya se sabe que amar en tiempos revueltos también tiene sus ventajas, pese a que la velocidad sea, en ocasiones, miserable, y no nos deje disfrutar del paisaje. Quizá sea nuestro carácter medievalista, clasista, pero también marxista. Un modismo más que nos adorna. Serán cosas del viejo continente.
Qué triste en el año internacional, dicen, de la astronomía. Siempre hay un año internacional de algo. Es muy significativo esta vez. Momentos sublimes nos esperan y tendremos que mirar constantemente al cielo, que es nuestra salvación, parece ser. Aunque creo haberme hecho agnóstico tolerante con una mezcla de anarquía funcional, para no perder esa moral con la que me ¿educaron?, y que se desprecia en una nueva asignatura colegial que da ya mucho que hablar, pero que se parece mucho al FEN.
Por estas pantallas demoníacas recibo mensajes de todo tipo… ¿Debo contestar? ¿Me convierto? ¿Debo dejar el mundo adulto y seguir a la niñez impoluta? ¿Aplaudo el teatro de la inercia? Lo nuestro nos hace felices, pero Blasco Ibáñez visitó Constantinopla en su momento. Y Win Wenders, Lisboa. Y realizaron obras de arte como la copa de un pino. Y fueron adultos y niños, al unísono.
Se me ocurre una pregunta que hacerle, señor Presidente... Sí... ¿Cómo es posible que las ultimas generaciones se hayan convertido en un bastión del conservadurismo a ultranza, sin atisbo de romanticismo ni ideales, con una frialdad a prueba de al-qassam y pragmatismo evidente, con un cierto grado de impavidez delante de lo obvio?. ¿Qué hemos hecho mal?
Por que olvidar, por mucho trastorno bipolar que surja o amnesia transitoria, no podremos. Mendel tenía razón... ¿Quienes son nuestros padres?