jueves, 3 de abril de 2008

Ella...

















Dos colores rigen su vida hoy. Asistida y vigilada por un artilugio que ni ella misma comprende ya, pero que todavía articula aquella de un modo ciertamente constante. Habida cuenta de su inmovilidad, ni siquiera puede verlo, y si lo siente es a través de esas conducciones plásticas con que une su cuerpo a lo sensible de la máquina y que la envuelven como pulpo que abraza su presa. Esos colores, que son lo más cercano a los clásicos semáforos que conocemos, exigen el mismo orden que en las calles de una gran ciudad, donde todo es regulado de modo frío y distante, en pos de una organización, una utopía. Falta el que no quieres ver, el que te reprime, el que dictamina los modos de proceder de un tráfico que es la vida. Cuando, súbitamente, aparece, no sabes qué pensar, qué camino tomar, o si otros designios han tomado la decisión ya, drástica y sin retorno.
Desde hace días vive postrada, sin posibilidad de levantarse del lecho; su propia existencia le está diciendo basta. Por todo lo que ha vivido, por todo lo que ha realizado y, también, lo que no ha podido culminar. Por ello, quizás se resiste, no se doblega y sus quejas son un modo de diálogo, inteligible, repetitivo... No quiere, por carácter, dejar el mundanal ruido que, tras las ventanas, se escucha.
La abnegación que le acompaña diariamente no tiene nombre y sí una gran entereza y fidelidad; pese a todo, una inusual paciencia le hace tomar energía, en un intercambio de fuerzas que, como prueba, todavía resta a una convivencia de años, donde las ilusiones, los fines, han quedado atrás y ahora se traducen con otras expectativas. Pero no hay tiempo, pues es lo único que se consume sin remisión.
Desde este mirador contemplo, desorientado, todo el abanico vital que se extiende a mis pies. Y recuerdo mis expectativas y deseos. Y personas y hechos.

¡Qué extraño mediodía, luminoso y frío, inusual en una metrópoli como ésta, donde todo se ve lejanamente claro!

Y no puedes olvidar que la vida continúa. Y que el ejemplo de unos sirve a otros.

...

Dejó de existir en un momento tranquilo, oscuro como el color de la noche que nos rodeaba a todos, en silencio como corresponde a esa hora de nocturnidad manifiesta, junto a esa pieza de humanidad que la conoció hace años..., sin hacer ruido, con disimulo, sabiendo que todo se había escrito ya...


En medio de la semana, de un día soleado y caluroso de primavera, como conviene a esas flores...




"Como las gaviotas y las olas,


nos encontramos y nos unimos.


Se van las gaviotas, volando,


se van rodando las olas


y nosotros también nos vamos..."




R. Tagore, poeta bengalí (1861-1941)

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